Hay científicos que aportan datos, luego están los que aportan ideas y luego los que rompen el molde. Los que, con un talento del tamaño de su curiosidad, crean nuevos mundos y cambian paradigmas. Uno de estos personajes extraordinarios era el científico estadounidense Marvin Minsky, que murió el domingo 24 de enero en Nueva York, a los 88 años, por una hemorragia cerebral.
¿Por qué es tan importante? Porque si usted en este momento puede leer este texto en la pantalla de su celular o de su computador es gracias a los aportes que Minsky realizó en el campo de la inteligencia artificial y la computación.
Nacido en Nueva York en 1927, desde muy pequeño Minsky se interesó en la ciencia y la tecnología. Por esta razón, y luego de servir en la Marina durante la Segunda Guerra Mundial, se graduó de matemático de la Universidad de Harvard en 1946. Posteriormente obtuvo su doctorado en Princeton y en 1958 ingresó a la planta de profesores del Massachusetts Institute of Technology (MIT), en Boston, donde trabajó por más de cuatro décadas como profesor. Allí conoció a su colega John McCarthy, con quien fundó el Laboratorio de Inteligencia Artificial, cuartel general de esa disciplina entonces emergente —por no decir inexistente— y motor de su desarrollo durante casi medio siglo.
Sin embargo, Minsky no fue el creador de la inteligencia artificial —ese honor le corresponde a Alan Turing, otro científico revolucionario a quien conocimos por la película El código Enigma—, pero sí fue quien, junto con McCarthy, estableció los patrones de esta materia. Inspirado por trabajos en lógica matemática y computación, Minsky creyó que la mente de una computadora no era totalmente distinta a la humana y decidió enfocar su trabajo en la investigación de máquinas inteligentes.
Pensaba que el funcionamiento del cerebro humano era sorprendente y que transmitir esas características a una computadora “era cuestión de tiempo”. Sin embargo, para ello debía descifrar primero el gran misterio del funcionamiento de la mente humana. Porque para Minsky, en sus propias palabras, la inteligencia artificial “es la ciencia de hacer que las máquinas hagan cosas que requerirían inteligencia si las hubiera hecho un humano”. Es decir, que una máquina sea capaz de resolver problemas como lo haríamos nosotros.
El laboratorio de Minsky en MIT plantó las semillas de muchos aspectos de los sistemas informáticos, el software y la robótica que disfrutamos hoy. De hecho, fue Minsky quien creó el primer prototipo de una máquina capaz de aprender de manera autónoma (Snarc), diseñó las primeras manos con sensores táctiles, participó en la creación del primer cursor (la flechita) para ejecutar funciones en la pantalla de un computador y formó parte del equipo que diseñó ARPAnet, el “papá” de lo que conocemos hoy como internet.
Pero la influencia de Minsky no sólo se vio reflejada en el plano tecnológico y científico. Stanley Kubrick, uno de los grandes directores de cine del siglo XX, lo visitó en 1968 mientras preparaba 2001: Una odisea en el espacio, para que lo asesorara en el diseño del antagonista, el traicionero y omnipotente asistente virtual llamado HAL 9000. Además, películas como Parque Jurásico, Terminator, Inteligencia artificial y El hombre bicentenario no hubiesen sido posibles sin los descubrimientos de Minsky en esta materia.
“Raramente apreciamos la maravilla que supone que una persona pueda pasar toda su vida sin cometer un error realmente grave, como meterse un tenedor en el ojo o salir por la ventana en lugar de por la puerta”, escribió Minsky en el libro La sociedad de la mente, publicado en 1985, en el cual también presentó una teoría muy original y creativa de la inteligencia humana, inspirada en los esfuerzos para construir máquinas pensantes. Su tesis es que la inteligencia emerge de la acción de un conjunto de agentes autónomos, cada uno ignorante en sí mismo: un agente se ocupa del equilibrio, otro del movimiento, otro de las comparaciones, y así sucesivamente. Pensaba que el funcionamiento de cada agente era “fundamentalmente diferente”.
Curiosamente, en los últimos años se ha revivido el interés en la inteligencia artificial. Aplicaciones como Siri de Apple o Cortana de Microsoft, o el perfeccionamiento de los videojuegos, en donde la computadora puede tomar decisiones de acuerdo a lo que hagan los usuarios, son evidencia de una materia que aún tiene mucho por delante. Sin embargo, así como son evidentes las bondades de la inteligencia artificial en el plano tecnológico y científico, hay voces, como Stephen Hawking, que la cuestionan por los posibles peligros a los que puede llevar (llevadas al extremos por películas como Matrix o Yo robot). No obstante, Minsky siempre fue un optimista y trabajó guiado por la idea de un futuro en el que las máquinas realmente pudiesen pensar. Incluso creía que la inteligencia artificial brindaría soluciones a muchos de los grandes problemas a los que se enfrenta la humanidad.
Y pese a que Minsky admitía que la ciencia estaba muy lejos de fabricar computadores inteligentes, como el rebelde HAL de Kubrick, siempre insistió en que la idea no era descabellada. Con su partida deja abierto un campo apasionante para la ciencia, en el que sólo el tiempo determinará si algún día las máquinas podrán pensar igual que el hombre.
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