El excesivo énfasis que se pone en los aspectos cognoscitivos del aprendizaje contradice el objetivo de la educación integral, descuidando otras dimensiones de la personalidad como la social, la ético-moral, la afectivo-emocional, la formación del pensamiento (apenas se enseña a pensar) o el desarrollo de la sensibilidad artística. Cualquier medio informativo puede competir con la escuela en su tradicional función de transmitir conocimientos. El maestro debe despertar las inteligencias, capacidades, conciencias y actitudes.
Se trata de afrontar juntos la necesidad de aprender a formarse como personas responsables, autónomas y socialmente útiles. Lo que implica también una respuesta moral y activa ante los acontecimientos, un pronunciamiento que obliga a ver, a profundizar investigando la realidad, renombrándola, construyendo simultáneamente ese aprendizaje vivo... que inclina a tomar postura ante los conocimientos.
Hay que enseñar a los estudiantes a pensar bien y por si mismos, que aprendan a distinguir, entre otras cosas, las buenas de las malas razones, los pensamientos claros de los confusos o desacertados, la verdad de la mentira, la realidad de la fantasía, los hechos objetivos de las simples opiniones, la sinceridad de la hipocresía...
A través de la educación se transmiten valores que hacen posible la convivencia, determinando una forma particular de entender la sociedad..., pero igualmente son innegables los cambios sociales debidos a procesos educativos que han encauzado anhelos transformadores que han mejorado la calidad de vida de las personas y los pueblos. La educación, por tanto, se mueve entre la utopía y la reproducción social, entre su dimensión conservadora y los ideales progresistas de cada sociedad. Y el asunto no es educar en valores, sino en cuáles y cómo.
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