miércoles, 3 de diciembre de 2008

El PEER REVIEW en crisis...

El sistema de control de calidad de los artículos científicos (peer review, revisión por pares) es una práctica relativamente reciente que se inicia tras la II Guerra Mundial y se generaliza hacia los 70 del siglo pasado.

Hay mucha confusión en quienes opinan sobre el rigor en ciencia sin conocer este hecho. Por otra parte, algunos escándalos recientes abren camino a la tesis de que el sistema peer review, pese a sus bondades, más que la solución, es una parte del problema.

Todo indica que parece llegada la hora de un balance que, como se hace en The New Atlantis, tome en cuenta los retos que plantean las nuevas tecnologías. Y es que, en efecto, los problemas se han acumulado en los últimos años. Muchas revistas, por ejemplo, exigen que los autores declaren que no hay conflicto de intereses (es decir, connivencia) entre lo que defienden/venden las empresas que financian su investigación y los resultados que obtienen y publican.

También se discute si la identidad de los revisores (referees, árbitros) debe mantenerse en secreto, pues abundan las conductas desviadas de todos los tipos, desde lecturas demasiado superficiales a revisiones que protegen teorías/modelos canónicas (o simplemente las del revisor mismo), pasando por el robo de ideas, el retraso injustificado u otros intereses mezquinos de quienes fueron seleccionados para controlar la calidad. Y es que en la ciencia, como en cualquier otra empresa humana, no sólo hay muchos intereses nada obvios, sino que cada día son más los negocios que se basan en un dato publicado (aunque sea falso).

Los hechos son tercos. Hay muchos autores que consiguen colar basura como si fuera ciencia. El caso Hwang adquirió enorme relevancia mediática, pero hay más.

El peer review sigue siendo el canon, pero es preciso reconocer que, de ninguna manera, debe hacerse sinónimo de calidad. El peer review no es una religión obligatoria. No sólo no fue capaz de filtrar muchos casos de fraude, sino que también contamos con demasiados ejemplos de artículos de mucho impacto que aparecieron sin pasar control alguno como, por ejemplo, el de publicaron Watson y Crick sobre la estructura helicoidal de la molécula de ADN. También se da el caso contrario, artículos decisivos que fueron rechazados, como explicó David Shatz en su Peer Review: A Critical Inquiry (2004).

Los más críticos niegan la capacidad de este sistema para cumplir su principal función: garantizar la calidad. También hay casos que lo prueban como, por ejemplo, introducir deliberadamente errores que leuego no fueron detectados por los revisores. La situación ha llegado a ser tan critica que los editores de Nature Immunology se quejaban de la dificultad de hacer su trabajo si la prensa insistía en convertir los artículos sometidos a peer review en sinónimos de verdaderos. En la práctica, muchos reconocen que poco se puede hacer contra los fraudes deliberados, pues los consejos editoriales y los árbitros no están preparados para afrontar con eficacia el vandalismo, la corrupción o el fraude intencionados.

The Cochrane Collaboration y la Royal Society, cada una por su cuenta, han elaborado estudios que, explica Robin Peek, convergen en la dirección de que el sistema necesita un profunda reforma. La preocupación va en aumento, como se explica en, por ejemplo, The Guardian y en BBC. El asunto tiene entidad suficiente como para que The Parliamentary Office of Science and Technology (Londres) elaborara un informe en 2002.

No falta quien afirma que se trata de un sistema que penaliza la innovación y refuerza la autoridad constituida. Y la verdad es que, aunque sea difícil generalizar, contamos con pruebas, pues hay textos que fueron publicados por estar avalados por un nombre o institución de prestigio, y que fueron rechazados cuando volvieron a ser remitidos para publicación con la única novedad de haber cambiado el autor por otro desconocido.

Algunas revistas han decidido acabar con otro dogma inopinado: mantener secreta la identidad de los revisores y, así, el British Medical Journal decidió hacerlos públicos desde 1999 y promover la práctica del open peer review.

Y es precisamente en este punto en donde se están produciendo las principales novedades. Las nuevas tecnologías, especialmente las vinculadas a la llamada Web 2.0, parecen tener la respuesta al problema de la transparencia. Si la veracidad, además de ser expresión de una voluntad de rigor y de una disciplina individual, es también fruto de una práctica social (seminarios de trabajo, evaluación externa, discusiones de grupo,...), entonces cabe esperar profundas mejorar de todas las tecnologías que favorecen el trabajo colaborativo, horizontal, descentralizado y público.

Ya hay una revista (Philica) que está experimentando con un modelo de peer review que es transparente (a la vista de todos), dinámico (admite que las opiniones puedan modificarse con el tiempo) y deseditorializado (se publica antes de la revisión). La publicación sin control previo (o, quizás deberíamos decir, estricto) de calidad podría convertirse en una práctica estándar si se generaliza, como parece probable, el modelo inaugurado para las ciencias físicas por Archiv o, en otros términos, la apertura de repositorios de acceso abierto.

PlosONE, perteneciente al proyecto Public Library of Science (PLOS), aparecerá en noviembre de este año incorporando algunas novedades de interés. Entre ellas que la revisión de los papers continuará después de publicados, pues los lectores podrán insertar comentarios y los autores las réplicas o rectificaciones que consideren oportunas. Así las novedades que aporta PlosONE al peer review lo van a convertir en un proceso continuo, descorporativizado e interactivo.

En fin que estamos ante la crisis del modelo del peer review para el control de calidad de la literatura científica. Las primeras sociedades científicas se dotaron en el último tercio del siglo XVII con un secretario, entre cuyas atribuciones estuvo la de seleccionar los textos para los proceedings. La figura del secretario de actas fue reemplazada siglo y medio más tarde por un consejo editorial (editorial board) cuando lo impuso el creciente proceso de especialización. Y así llegamos hasta mediados del siglo XX cuando se generalizó la práctica del peer review. Pero hoy podríamos estar asistiendo al fin de una época que sustituiría el régimen del anonimato meritocrático por el de la transparencia interactiva.

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